(1886-1936)
1913 – Hospital del Colegio Universitario,
oficial médico de accidentes, Hospital Nacional de la Temperancia, cirujano
jefe de accidentes, Hospital del Colegio Universitario, bacteriólogo asistente.
1914 – Hospital del Colegio Universitario,
médico a cargo de 400 camas para heridos de guerra, Hospital del Colegio
Universitario, demostrador y asistente clínico en bacteriología.
En 1917 tuvo una severa hemorragia que hizo necesaria una intervención
quirúrgica urgente a vida o muerte. Terminada la operación, se le pronosticaron
tres meses de vida. Volvió al hospital y allí trabajó día y noche, la luz que
brillaba a través de las ventanas de su laboratorio fue llamada “la luz que
nunca se apaga”. De manera casi milagrosa, su salud no sólo no empeoró, sino
que fue ganando fortaleza.
Reflexionando acerca de esto, llegó a
la conclusión de que un propósito definido en la vida de un hombre, es el
factor decisivo para la felicidad, y que fue el seguimiento de su propio
propósito lo que le había devuelto a la vida. El éxito de sus vacunas fue
finalmente adoptado por toda la profesión médica. Durante la gripe epidémica de
1918, Bach salvó la vida de miles de
soldados de las tropas inglesas con su vacuna.
1918 – Recibió un permiso no oficial para
inocular a los soldados con la vacuna contra la influenza.
Las autoridades del
University College Hospital obligaron a sus trabajadores a abandonar sus otros
trabajos fuera del hospital, además de aplicarles ciertas normas de horario,
etc., cosa que causó la dimisión de Edward Bach. Llevó a cabo investigaciones
privadas en su propio laboratorio en Nottingham Place, Londres.
Apareció una plaza vacante en el
London Homeopatic Hospital. La solicitud que Bach presentó fue aceptada, e
ingresó en dicho hospital como patólogo y bacteriólogo en 1919, donde estuvo hasta el año 1922. Fue allí donde cayó en sus manos el Organon de
Hahnemann, creador de la homeopatía. La coincidencia entre los descubrimientos
de Bach y los de Hahnemann (relación entre enfermedad crónica y envenenamiento
intestinal; aplicación de subsiguientes dosis cuando la anterior deja de
actuar; relación entre enfermedad y personalidad), le hizo interesarse
grandemente por la homeopatía. Bach realizó unas vacunas orales
homeopáticas. Clasificó en siete grupos la gran variedad de bacterias presentes
en el intestino, y preparó una vacuna diferente para cada tipo de bacteria.
Eran los llamados siete nosodes de Bach. El principio “tratar al paciente y no
a la enfermedad” se hizo ya inquebrantable para Bach.
En 1922 abandonó su trabajo en el London Homeopatic Hospital para
proseguir su enorme trabajo en Harley Street y su actividad en su pequeño
laboratorio, donde atendía a pacientes pobres gratuitamente. Los homeópatas le
llamaban ya el “segundo Hahnemann”. Escribió múltiples artículos y obras, dando
siempre a conocer cualquier pequeño descubrimiento a la profesión médica. Jamás
retenía ninguna información para sí mismo. Médicos de otros países iban a
trabajar con él en su laboratorio para aprender las nuevas técnicas médicas.
Sus vacunas se usaban ya en todo el mundo. ¡Sus ingresos anuales superaban las
5.000 libras!
1928 - Descubrió el primero de los 38
remedios durante un viaje a Gales en el mes de septiembre.
En 1930 renunció a sus laboratorios y a su práctica en Londres para
dedicarse a la búsqueda de nuevos remedios durante la primavera. Descubrió un
nuevo método de potencialización durante el verano en Gales, donde intuyó que
la autentica razón por la que enferman las personas reside en el ánimo humano.
Ya en sus primeras experiencias con enfermos, se dio cuenta de que era más importante la observación del paciente que el estudio teórico de las enfermedades. Vio que el mismo tratamiento actuaba de diferente manera en uno u otro paciente. También pudo comprobar que pacientes con el mismo temperamento o personalidad respondían de la misma manera ante el mismo tratamiento, mientras personas de diferente temperamento reaccionaban de diferente manera aunque padecieran la misma enfermedad. Así llegó al conocimiento de que los sentimientos, emociones, etc. del paciente eran más importantes que el nombre científico de la enfermedad que padecían. Además no le gustaba el hecho de que los tratamientos eran frecuentemente más dolorosos y agresivos todavía que los síntomas de la enfermedad. Así, llegó a declarar: “me costará cinco años olvidar todo lo que me han enseñado”.
Bach empezó a confiar cada vez más en
su intuición y percepción, y cada vez menos en los métodos ortodoxos de
investigación. Este aumento de su sensibilidad empezó a darle conocimientos a través
de canales más espirituales. Un día de 1930
tuvo el fuerte impulso de desplazarse a Gales. Obedeciendo ese impulso fue
recompensado con el descubrimiento de las plantas Impatiens y Mimulus, las
cuales preparó de manera similar a los nosodes, y añadió a éstos,
prescribiéndolos según la personalidad del paciente, con excelentes resultados.
Ese mismo año hizo lo propio con Clematis.
Todo ello le acabó de convencer de que
estaba naciendo por fin su trabajo definitivo, y que debía abandonarlo todo y
trasladarse a Gales para buscar sus remedios en su amada Naturaleza. En el año
1930 destruyó todo el trabajo de su laboratorio, quemó sus notas y partió hacia
Gales abandonándolo todo, con el firme propósito de culminar su obra.
Bach sabía que sus
remedios debían ser preparados mediante una potenciación distinta a la de la
homeopatía, pues en esta última, la substancia primitiva es nociva para el
hombre, y mediante la potenciación se vuelve curativa. En cambio, Bach sabía
que debería partir de substancias ya de por sí puras e inofensivas. El verano
de 1930 encontró ese método de potenciación.
Efectivamente, mediante su intuición
comprobó que las propiedades de las flores se transferían al rocío de sus
pétalos cuando el sol lo calentaba. Así, pudo comprobar que llenando de agua un
bol de vidrio y cubriéndolo con flores, se transferían las propiedades de la
flor al agua, cuando se dejaba el bol al sol durante unas cuatro horas. Además,
podía notar cuáles eran las propiedades curativas de una flor, simplemente
poniéndose un pétalo en la palma de la mano o debajo de la lengua. Como diría
él mismo, nunca hasta entonces había tenido un laboratorio tan bien equipado.
Ese verano escribió el libro “Cúrese
Usted Mismo”. En él, define cuál es la causa de toda enfermedad: la falta
de armonía entre la personalidad y el alma. Escribió también el libro “Los
Doce Curadores”, el cual describe los doce primeros remedios encontrados
por Bach en sus largas excursiones por los bosques de Gales, asistido por su
intuición. Cada uno de dichos remedios corresponde a un tipo concreto de
personalidad. Aplicando la flor adecuada a la personalidad del paciente, éste
debe sanar independientemente de la enfermedad que tenga, pues cada flor
“repara” un determinado tipo de error psicológico.
A medida que iba encontrando nuevos
remedios, los iba poniendo en práctica en su itinerante consulta, con
excelentes resultados. Además seguía comunicando cualquier pequeño avance a la
profesión médica. Se decía de él que “daba más de lo que tenía”. Su gran
sensibilidad y percepción, que aumentaba día tras día, le hacía de repente
salir de su casa corriendo hacia un lugar concreto, presintiendo que su
presencia era necesaria allí. Cuando llegaba, efectivamente alguien necesitaba
su ayuda urgente. Muchas veces predecía acertadamente a los marineros de las
poblaciones costeras qué día habría una fuerte tormenta.
En una ocasión, con motivo de pagar
una deuda de 10 libras, se dispuso a vender su única posesión: su ropa. “Casualmente”
entonces, recibió un cheque de un antiguo paciente de Londres, cuyo importe
ascendía a ¡10 libras!
En 1932 escribió el libro “Libérese Usted Mismo”. Más tarde descubrió
siete remedios más que añadió a los doce anteriores. En 1934 se trasladó a Sotwell,
a una pequeña casa llamada Mount Vernon. Estando allí, encontró los restantes
19 remedios en sólo 6 meses. La forma en que los encontró difiere de los 19
anteriores: pocos días antes del descubrimiento de cada uno de ellos, sufría en
sí mismo graves síntomas de enfermedad. Dicha enfermedad, que en condiciones
normales debía venir provocada por un determinado error psicológico, podía ser
curada por la siguiente flor que debía descubrir. Bach preparó la mayoría de
estos últimos remedios por ebullición y no por solarización.
Se rodeó de asistentes
que le ayudaban en sus visitas médicas y demás actividades. Dichos asistentes
no poseían estudios de medicina, cosa que propició uno de sus problemas con el Consejo
General de Medicina, el cual le amenazó con retirarle la licencia médica. En
relación a esto, Bach escribió en 1935
esta carta al Presidente del Consejo:
“Estimado Señor:
Habiendo recibido una notificación del
Consejo respecto a trabajar con asistentes no cualificados, me siento muy
honrado de comunicarles que estoy trabajando con varios, y que continuaré
haciéndolo.
Como ya he informado previamente,
considero un deber y un privilegio de todo médico enseñar a los enfermos y a
los demás cómo curarse a sí mismos. Dejo enteramente a su discreción el rumbo
que tomarán ustedes en el futuro.
Habiendo demostrado que las hierbas de
los campos son tan simples de usar, como maravilloso su poder curativo, he
desertado de las filas de la medicina ortodoxa.
Edward Bach.”
Sorprendentemente, el Consejo nunca le
retiró la licencia.
Su sensibilidad era ya tan grande, que
pocas horas antes de recibir a un paciente, notaba él mismo los síntomas que
padecía dicho paciente. Así, cuando éste llegaba, el Dr. Bach ya sabía
perfectamente qué remedio necesitaba. Bach dio por concluido su sistema floral,
pues expresó que todos los estados negativos del hombre quedaban cubiertos con
las 38 flores descubiertas. Por lo tanto no tenía ningún sentido añadir más
flores.
En la carta que Bach escribió a su
editor el mismo mes de su muerte, podemos leer al final de la misma:
“Mi estimado Sr. Daniel, cuando nos
encontramos en el límite de internarnos en el Valle de las Sombras, quizá no
nos comportamos con tanta reserva como cuando estamos en medio de la vorágine,
especialmente cuando hemos tomado un brandy o dos para respaldarnos.
El Trabajo que he puesto en sus manos
es un Gran Trabajo; es un Trabajo Divino, y sólo Dios sabe por qué fui apartado
en este momento de continuar mi lucha por la humanidad que sufre.
Edward Bach.”
La carta que escribió ese mismo día a
su equipo de colaboradores dice así:
“Querida gente maravillosa:
Existen momentos como éste, en que uno
espera una invitación a quién sabe dónde. Por ello, si esa llamada llega, como
puede hacerlo en cualquier momento, les ruego, a los tres, que continúen con
ese maravilloso trabajo que hemos comenzado. Un Trabajo que puede quitarle a la
enfermedad todos sus poderes; un Trabajo que puede liberar al hombre de su
esclavitud.
Lo que he intentado
escribir debe agregarse a la introducción de la próxima edición de Los Doce Curadores.
Edward Bach.”
En su obra definitiva “Los Doce
Curadores y Otros Remedios”, Bach nos da la descripción de su método (es
decir, la parte teórica de su método floral); dicha descripción abarca apenas
un párrafo para cada flor. Más sencillo imposible.
Muere en el atardecer del 27 de
noviembre de 1936, mientras dormía, agotado por los últimos meses de trabajo y
experimentación, en sus propias carnes, de los estados emocionales disarmónicos
que le permitirían encontrar los 19 remedios restantes de su sistema.
Bach decía: “..para lograr una
curación completa…tendremos que actuar nosotros mismo dedicando nuestra
capacidad para suprimir cualquier defecto en nuestra naturaleza, porque la
curación final y definitiva viene en última instancia de dentro”.
Fuentes:
Terapia floral del Dr. Edward Bach,
Josep Ribal, 1999
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