Todas las mañanas de Max parecían la misma mañana. La misma melodía en el despertador, la misma rutina, las mismas cosas en los mismos sitios, los pensamientos de siempre sobre las cuestiones de costumbre. Max era una perfecta falsificación de sí mismo. Tan buena que ni él mismo podría distinguirla, en caso de encontrarla. Ni nadie.
Al salir de casa una sonrisa cordial y sincera, se le dibujaba en el rostro por sí misma nada más pisar la calle. Respirar el aire de la mañana era una mágica rutina anti-rutina. Algo impedía que se volviera ¿cómo decirlo?... rutinaria. Despertar un instante, aun sin saberlo, era tan refrescante, tan lúcido, tan... vivo. Todas aquellas mediocridades que había traído hasta allí merecían entonces la pena, y aun faltaba lo mejor. Faltaba el perfume de Ángela. La vecina de dos calles más abajo. Salvo lluvia torrencial -entonces tomaba el bus- siempre pasaba por esa acera, con una puntualidad kantiana.
Ángela no era una de esas chicas que hagan volverse a los hombres, al menos no ahora, tal vez hace tiempo. Pero su perfume cambiaba la ciudad, la transformaba en el mundo de Hoz. Max sabía la marca, ya se lo había preguntado, pero no olía igual en el frasco, tampoco sobre su propia piel, ni perfumando ninguna otra cosa que él hubiera probado. Solo olía así cuando Ángela lo dejaba ir cada mañana, a su paso por la acera. Cuándo ella pasaba en una mañana fresca como aquella, a su lado por la acera, Max sentía que el mundo merecía la pena, sentía que la vida era realmente algo grande. Y que Ángela tenía el secreto...
Imagen: http://www.deviantart.com/art/street-18-157552314
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